Réplica y dúplicas

FISCAL KOLNIK – Señores del Jurado, los Señores Defensores no les dijeron una cosa: que el Juez está obligado a juzgar conforme a la ley. El Juez debe desplegar una determinada actividad razonablemente investigadora. Debe precisar si los hechos presentados reúnen las condiciones que la ley exige para determinar la pena. Si esto sucede, entonces el Juez no puede decir: “Sí, es verdad, satisfacen las exigencias de la ley, pero la pena no la quiero aplicar”. El Juez no puede proceder así, porque la ley es superior al magistrado. Naturalmente puede tratarse de un hecho que haga reflexionar al Juez que la ley en este caso es incompleta, que oculta en sí misma una severidad. Estoy de acuerdo con el primer Señor Defensor cuando reconoce con mucho acierto que en el momento del homicidio habría existido raciocinio. También es absolutamente cierto aquello de que el homicidio más cuidadoso y planeado no puede considerarse homicidio premeditado si no ha existido raciocinio en el momento de la consumación. También estoy de acuerdo en aceptar, sobre la base de las opiniones de los Señores Peritos, que se produjo en el acusado como consecuencia de una gran emoción al ver al presunto autor de su desgracia. Si así lo creen, deben ustedes contestar positivamente a la pregunta referente al homicidio sin premeditación.

El Señor Defensor dijo aquí una serie de cosas. Me recordó al gran poeta Heinrich Heine. Éste se rebelaba en toda oportunidad contra ciertos principios enemigos de la vida, atribuyéndolos a la doctrina cristiana, y glorificaba en cambio la vida alegre de la Grecia clásica. Uno de sus célebres críticos dijo de él: “Cuando se puso más viejo y radical, no veía en el mundo otra cosa que griegos delgados y gordos...” El segundo defensor parece dividir al mundo entre militaristas de cuyos cerebros algún monstruo ha sacado las partes que contienen la Justicia, la Piedad y el Humanismo, y otros hombres en los que estos valores conservan su sitio. Creo que esta concepción es un poco radical, muy parcial y profesionalizada y que el polifacetismo de la vida no permite una división tan drástica.

Al Señor Defensor no le gustó que yo calificase al muerto como un fiel aliado del pueblo alemán. Debo repetir que el pueblo turco luchó hombro a hombro con el alemán e incondicionalmente lo puedo calificar como el aliado de este último. No creo honesto desconocer el pasado, cualquiera sea la orientación política de quien lo hace. Protesto en la forma más enérgica por el tono ofensivo con que el Señor Defensor calificó a estos dos representantes de la política turca, los Pashas Taleat y Enver, como criminales prófugos de su patria. Me alegro, sin embargo, de poder estar de acuerdo con el Señor Defensor en un punto: en Derecho, el factor determinante debe ser el sano juicio del hombre. Espero, Señores Jurados, estoy seguro, que en ustedes esta cualidad se mantiene vigente a pesar de la abundancia de situaciones confusas que deben enfrentar bajo formas científicas, técnicas, jurídicas y médicas. Pienso que asignando la importancia debida al sano juicio humano, encontrarán la verdad.

DEFENSOR VON GORDON – Sólo algunas palabras, señores. El Señor Fiscal principal nos retó por no haberles dicho que el Juez está obligado a juzgar según la ley. Señores, me daría vergüenza decirles aquello que se sobreentiende... (Movimientos en la Sala).

El Señor Fiscal principal agregó que no debe señalarse el castigo que aguarda al acusado, en este caso, la pena de muerte. Creer eso es un error. Dado que nuestra legislación establece para ciertos tipos de homicidio la pena de muerte, es imprescindible investigar a qué clase de homicidios corresponde. Antes de la guerra la Corte Suprema sometió a análisis miles de puntos de vista referidos al Derecho Civil y Penal y estableció con mucho cuidado su reglamentación. Luego vino la guerra y todo quedó abandonado. Pero la Corte Suprema reconsideró muchos aspectos jurídicos y adoptó algunos nuevos. Les puedo leer una declaración en la cual nuestra Corte Suprema confiesa con sincera audacia haber interpretado muchas ideas con una visión estrecha y haber aprendido mucho de las condiciones regionales, de los hechos históricos, de la vida. Ustedes también, Señores Jurados, deben tener siempre presente que no pueden dar un veredicto que no sientan íntimamente auténtico y aceptado por la propia conciencia. ¿Por qué? Porque es imposible que la injusticia se transforme en Justicia. Jamás un juego de ideas debe tener como consecuencia un veredicto que cualquier hombre sano pueda no sentir como objetivamente justo.

Ahora me referiré a un tercer punto aludido por el Señor Fiscal. Usted, Señor Fiscal, dijo que nosotros no debemos renegar del pasado y que el pueblo turco luchó hombro a hombro con nosotros. En este punto estoy totalmente de acuerdo con usted, pero el pueblo turco también es responsable de las terribles matanzas. La aniquilación sistemática de los armenios no surgió del estallido de pasiones circunstanciales sino fue una medida político-administrativa cuidadosamente pensada, dispuesta por los círculos dirigentes y cumplida por cínicos gendarmes turcos y la muchedumbre civil turca cuya semblanza se hizo aquí con suficiente claridad. Pero no se trata de eso.

DEFENSOR WERTAUER – De acuerdo con el Art. 190 del Código Penal, cuando lo dicho acerca de una persona o la difusión de una noticia se refiere a un hecho punible cometido por ella, la veracidad del dicho o de la noticia queda demostrado si la persona ofendida ha sido legalmente condenada por el hecho. Por el contrario, se la considera una verdad no demostrada si la persona ofendida por aquel dicho o noticia es absuelta. Taleat y Enver junto con Djemal y Nazim fueron condenados el 10 de junio de 1335 (calendario turco) en una audiencia pública, por un Tribunal Militar formado por jueces eminentes, acusados de ser autores de un crimen repugnante, el de haber masacrado a los armenios y perseguido a inocentes. Ese fallo es legal y es un error y contrario al Derecho alemán decir que yo cometo el delito de difamar a las personas por el solo hecho de llamar criminales a individuos legalmente condenados por haber cometido el crimen más incalificable. Formularme una observación semejante significa ignorar el Derecho alemán. Desconozco si los criminales que habían huido de su patria y vivían bajo nombres falsos gozaban o no de la protección de alguno que otro militarista. Nada puedo decir al respecto porque, a pesar de la afirmación del Señor Fiscal, no quiero darle corte político al problema.

Dijo también el Señor Fiscal que el pueblo turco, como fiel aliado, estuvo codo a codo junto al pueblo alemán. Eso es cierto, naturalmente, nadie afirmó lo contrario. El pueblo turco no es el responsable de la guerra como tampoco lo es el pueblo alemán. Según las constituciones que regían en estos países, los pueblos no tenían ninguna influencia en la declaración de la guerra, que se hacía sin consultar su voluntad. Los pueblos únicamente tenían deberes que cumplir. Individuos como Taleat, Enver y otros personajes no son objetados por haber declarado la guerra, sino por haber emprendido la deportación. Por causa suya se cometieron contra el pueblo armenio crímenes horrendos, sin precedentes en la historia de la humanidad.

Ya dije anteriormente, señores, que por causa de estos incalificables crímenes, quizás después de miles de años el fallo del Jurado sea todavía objeto de estudio. No puedo concebir que se pueda mezclar la política con este hecho. Ante tal degradación desaparece toda política y yo no comprendo cómo puede pronunciarse una sola palabra a favor de las órdenes de deportación. Únicamente el incondicional y absoluto rechazo de tales propósitos, la condena de tales órdenes criminales, pueden asegurarnos la consideración y el respeto a que aspiramos. Además, cuando dije que los militaristas, los hombres de la fuerza bruta, no deben confundirse con personalidades militares tomadas individualmente y dispersas por todas las naciones del mundo, no creí decir nada nuevo y estoy asombrado de que el Señor Fiscal tomara mi expresión como una novedad.
Quien como el pueblo alemán sufre por las bajas acciones de los militaristas, reconoce que la culpa es de ellos y procede con justicia al odiarlos y querer eliminarlos. Pero el eliminarlos o extirparlos no se refiere a las personas sino a la orientación, al principio, porque, como ya dije, la sagrada imagen del hombre creada a imagen de Dios es sometida a una violenta y despiadada mutilación por parte de las personas que cultivan las ideas totalitarias de los militaristas. Los militaristas están fuera del pueblo, no tienen patria, nacionalidad ni sentimientos humanos, sólo tienen el sentimiento de la fuerza bruta cuyo objetivo no es otro que presionar al Derecho.

En el hecho que nos ocupa se enfrentaron dos representantes de criterios opuestos. Por un lado, el representante de la fuerza bruta, por el otro, el representante de los oprimidos que se anticipa al curso de la Justicia. Ese es el motivo por el cual me permití hablar detalladamente. Cuando frente al representante de la Justicia se puso de pie el otro representante, el primero se confundió y ya no supo lo que hacía.

El Tribunal debe juzgar con justicia, compensar al acusado con justicia. Nosotros los Defensores señalamos repetidas veces que no imploramos piedad, no queremos algo que emane de los sentimientos sino que pedimos que se aplique el Derecho Penal. Y el Derecho Penal da una respuesta negativa a la pregunta referida a la culpabilidad, porque en el momento en que el acusado salió a la calle y encañonó con su pistola a la víctima no era culpable. Y el acusado no era culpable porque su voluntad no estaba libre y sana. Ya dije antes que no era él quien salió a la calle, con él bajaban los miles, los millones de asesinados. Puede decirse que el acusado era el abanderado de honor de todo un pueblo y el abanderado de su familia violada. ¡Con cuánta frecuencia nos toca juzgar a un esposo que regresando a su casa mata a su mujer al saber su infidelidad! ¿A quién se le ocurriría condenarle?

Pero con el acusado no ocurrió infidelidad matrimonial. Fueron violadas sus hermanas, asesinados sus padres y hermanos, se aniquiló a toda una familia floreciente. Y él levantó su bandera contra aquel criminal culpable de todos los incalificables crímenes que ya había sido condenado. El acusado perdió la razón, apuntó, apretó el gatillo y, lamentablemente, fue muerto un hombre.

Esto es lo que debéis estudiar cuidadosamente, dejando que os conduzca la ciencia médica, os guíe la ciencia de la Justicia, pero ante todo os inspire vuestro sano y sensato sentimiento. Dejad que vuestros sentimientos actúen libremente, convencidos de haber hecho Justicia fundada en el Derecho. Si respondéis sólo con un “Sí” o con un “No” nos rendiremos ante vosotros. Sólo deseamos evitar una cosa: que vosotros, porque se ha matado a un hombre, consideréis culpable a la persona que cometió el homicidio. Eso sería pasar por encima de toda la parte general del Código Penal, efectivamente redactada con total espíritu de Justicia.

DEFENSOR NIEMEYER – Yo quisiera decir algo sobre el aspecto político que tocó el Señor Fiscal. El primer día del proceso, el Señor Presidente dijo que debíamos examinar este problema como cualquier otro caso, lo que quiere decir que no debemos transformarlo en un juicio político. Ustedes fueron testigos de que los Defensores evitamos en lo posible que el caso derivara en un proceso político, en la mala acepción del término. De no haberlo hecho, se habría avanzado por un camino que no favorecía al triunfo de la Justicia y no respondía a la esencia del espíritu alemán. Si ustedes conocieran el abundante material que podíamos presentarles, nos otorgarían un premio a la más concienzuda autolimitación.

Permitidme sin embargo que os diga algo a lo que me obligó el Señor Fiscal. Durante la guerra, las instituciones militares y no militares de Alemania, tanto en el país como en el exterior, silenciaron y ocultaron los horrores armenios, llegando al límite de lo perdonable. Los alemanes trataron hasta cierto punto de detener los horrores, pero el pueblo turco se dijo: “Es imposible que esto ocurra sin el consentimiento de los alemanes. ¿No es acaso cierto que los alemanes son fuertes?” Vale decir que nosotros, los alemanes, aparecemos ante Oriente y el mundo entero como los responsables, junto con los turcos, de las matanzas armenias. Existe en América, Francia y Oriente una frondosa literatura que trata de demostrar que los alemanes fueron en Turquía verdaderos Taleates. De difundirse la noticia de la absolución de Soghomón Tehlirian, ese concepto tan arraigado perderá sus puntos de apoyo y el mundo saludará esa sentencia como una expresión de auténtica y suprema justicia.