Perito Lipmann

Profesor universitario, catedrático ad honorem, Berlín, 58 años. Jura.

PERITO LIPMANN – Mi opinión se basa en las tres revisaciones detalladas a que sometí al acusado en la cárcel durante la última semana. Quiero adelantar desde ya que el acusado es un hombre de una excepcional sinceridad. Es demasiado reservado. Prevalece en él una suerte de resignación y me dio a entender claramente que pase lo que pase ya no tiene interés en la vida. Y todo eso no surgió espontáneamente sino que fuera necesario escarbar continuamente para poder arrancarle algo.

Es evidente a todas luces que aquí no estamos simplemente en presencia del acto de un loco, como también es evidente que dicho acto no se ha realizado en un estado obnubilado, por ejemplo, durante un ataque alucinante. No creo que el concepto de alucinación sea la palabra mágica que nos dé la clave de la vida interior del acusado. Por el contrario, debe introducirnos en terreno menos conocido, quiero decir, en el ámbito psicopatológico. Y haciéndome cargo del mismo, debo decir que encaro y entiendo la situación en forma un poco distinta que mi colega el Dr. Störmer.

Aquí el problema radica en las consecuencias producidas a posteriori por fuertes sacudidas emocionales, especialmente en personas predispuestas y además pertenecientes a la escuela filosófica del “ideal supremo”.

Si un hombre corpulento y sano tiene una vivencia demoledora, por más fuerte que sea su apasionamiento, pasa pronto; en algunos a la semana, en otros al cabo de unos meses. Pero de cualquier manera disminuye paulatinamente. Sin embargo, existen temperamentos más sensibles a los que una terrible vivencia desvía de su cauce normal. Esa vivencia no disminuye sino que fatalmente se consolida en sus almas. El recuerdo de vivencia semejante se denomina “ideal supremo”. Se incrusta en estos caracteres y los subyuga paulatinamente, juega un papel preponderante, está siempre presente, aparece continuamente y obliga al hombre a someterse a su autoridad.

Ahora demostraré detalladamente que Tehlirian estaba bajo la influencia del “ideal supremo” y no ha podido liberarse del recuerdo de sus terribles vivencias. Quiero antes señalar que los acontecimientos que aniquilaron a toda su familia lo han arrojado fuera de su cauce normal. Eso fue una grave herida espiritual que no le permitió recobrar nuevamente su equilibrio emocional. No olviden que a los diecisiete años este hombre ha sido totalmente apartado de su senda. Durante los seis años posteriores, de 1915 a 1921, ha llevado una vida incomoda, desarraigada y nómada. Ha estado con los kurdos, luego en Tiflis, por mucho sin ningún tipo de trabajo firme y permanente. Ha dado pasos para estudiar algo pero él mismo confiesa que no estaba en condiciones de recobrarse. Después nuevamente ha vuelto a su patria, nuevamente a Tiflis, Constantinopla, Salónica, París, Berlín... sin encontrar paz en ninguna parte; ha vivido sin ocupación firme y nosotros podemos creerle cuando dice: “Jamás me pude concentrar, también se debilitó mi memoria...” Podemos aceptar que se trata de un estado emocional patológico que influyó en su vida sensitiva e intelectual. Pero ante todo él estaba totalmente absorbido por ese ideal, el “ideal supremo”. Le creo cuando dice que en sociedad, en el círculo de sus amigos, olvidaba transitoriamente estas tremendas vivencias, pero en soledad surgían nuevamente sus recuerdos, presionando su espíritu. Creo también que estos recuerdos se le aparecían como imágenes vívidas y él tenía la sensación de percibir el olor de los cadáveres de sus allegados. No considero esencial, sin embargo, el grado de corporización de estas visiones. Las investigaciones de las últimas décadas han demostrado que las ilusiones sensitivas de los enfermos psíquicos graves no tienen siempre el carácter de una corporización perfecta. Es más importante conocer la influencia que ejercen sobre el alma.

¿Cuál es, entonces, la influencia que ejercían sobre el acusado las sacudidas emocionales? Las crisis no las puedo admitir en el sentido estricto de “alucinación”, sino sólo en un sentido relativo. De los fenómenos de una real crisis alucinante faltan en el acusado las mordeduras de lengua y de labios, tampoco ha tenido trastornos urinarios. En general no se ha ensangrentado al caer, como ocurre habitualmente en los casos alucinantes, sino que han sido ataques de ruptura psíquica. No comparto la opinión de mi colega, el Dr. Störmer, que ve en el acusado dos factores avanzando paralelamente: alucinación corporal y vida espiritual. A mi juicio estas crisis son la expresión de una fuerte sacudida emocional. Son ataques de ruptura psíquica y su importancia radica en el hecho de ser la expresión de una profunda lesión psíquica.

Así, pues, una vez anidado el recuerdo del desastre como “ideal supremo”, cuando el mismo había vencido ya a todo otro pensamiento y sentimiento, la aparición de ese ideal, vale decir la aparición de la madre, lo transformó en particularmente “supremo”.

A todo cuanto le preguntábamos, si se sentía con derecho a matar, a asumir el papel de juez, Tehlirian contestaba que su madre le había encargado ese deber, y con eso todo el problema quedaba terminado para él. Yo le pregunté si su condición de cristiano no era un impedimento para matar y me contestó que sabía muy bien que el cristianismo dispone no matar, pero luego de la aparición de su madre comprendió que se encontraba en el camino recto. De modo tal que la aparición de su madre fue para él algo supremo que tornaba inútil cualquier discusión.

Luego de todas estas consideraciones debo agregar que el acusado es un enfermo psíquico que ha actuado bajo presión psíquica. Existían en él factores patológicos desencadenados que lo presionaban, limitando su libre albedrío. Digo “presión” y no “imposición”. Y así llego a afirmar que el libre albedrío de la voluntad estaba esencialmente limitado. Tehlirian es necesariamente un enfermo psíquico con crisis emocionales y bajo la presión de un “ideal supremo”. Lamentablemente no está en vigencia todavía el nuevo Código Penal que contemple la responsabilidad atenuada. Llego a la conclusión de que el acusado sólo es responsable en forma parcial o restringida, porque es un enfermo psíquico y se encontraba bajo la influencia de un “ideal supremo”. Sin embargo cuando contemplo la trayectoria de su conducta a través de los diferentes testimonios, no me parece que estuviera totalmente incapacitado para asumir una responsabilidad, y pienso que se hallaba ante una imposición ineludible. En consecuencia, no le corresponde, a mi juicio, la aplicación del artículo 51, pero sí está muy cerca del mismo porque sería necesario poner en acción una resistencia y un esfuerzo moral muy particular para no sucumbir ante una presión psíquica de esa naturaleza.

¿Ha actuado con premeditación? Yo me cuidaré de emitir un juicio acerca de este problema jurídico. Pero me siento obligado a imaginar el estado en que se encontraba el acusado y debo agregar que en todos los enfermos que tienen un “ideal supremo” la aparición de ese ideal está supeditada a una muy fuerte emoción psíquica. Debo admitir que cuando en la mente del acusado se despertaban o revivían los cuadros de las matanzas y el rostro de Taleat, surgía la tempestad en sus pasiones, resultando imposible en ese momento una fría apreciación de causas y efectos.

Ahora recuerdo que pasé por alto la pregunta fundamental de ¿por qué? Surge aquí la circunstancia de que la primera crisis tuvo lugar luego de una fuerte sacudida emocional provocada por el cuadro de su casa paterna destruida. Es decir, una tremenda vivencia emocional; y después, como él lo describe, cada crisis comenzará con la visión de las matanzas y el olor cadavérico, vale decir, con los evidentes recuerdos de una emotiva vivencia. Basándome en esto considero que estamos en presencia de un caso de “alucinación emocional” unido a crisis psíquicas.