Perito Robert Störmer


Médico forense, 57 años, protestante. Berlín. Jura

PERITO STÖRMER – Por encargo del señor investigador y de la fiscalía y con la colaboración del intérprete armenio citado hoy aquí, me enteré de la vida del acusado hasta la fecha. Lo sometí a una minuciosa revisación corporal. Consideré todos los problemas imprescindibles para arribar a una conclusión definitiva que presentaré a continuación.

Llegué a la conclusión de que el acusado es un enajenado y que este hecho debe tomarse en cuenta para apreciar el hecho que ha cometido. Quiero repetir en forma muy sintética lo que pude saber de su vida. El acusado es hijo de un comerciante de tejidos de la ciudad de Yerzingá. Su niñez no ofrece nada que sea de interés desde el punto de vista clínico. Jamás se ha enfermado seriamente hasta 1915, cuando fue testigo de las masacres mencionadas aquí. El acusado me contó en forma muy emotiva cómo sus padres, hermanos y hermanas fueron asesinados. Él recuerda con horror y temblando el instante en que vio cómo el machete de un turco cayó con tal fuerza en la cabeza de su hermano, que la partió. Él recibió también heridas en la cabeza, en el hombro izquierdo y en la rodilla. La impresión de estos horribles asesinatos, unida a sus propias heridas y sufrimientos, lo desvanecieron. Perdió el conocimiento y durante tres días yació bajo los cadáveres de sus semejantes, para luego recobrar el sentido. El fuertísimo olor a cadáveres en putrefacción quedó grabado para siempre en su mente; dice el acusado que cada vez que lee algo sobre un hecho terrible y principalmente cuando rememora las matanzas, el olor putrefacto inunda nuevamente sus sentidos, ahogándolo. Luego de aquella masacre, el acusado llevó por un tiempo una vida nómada, hasta que encontró refugio entre los kurdos montañeses. Él insiste que en 1916 –no puede recordar con más precisión- tuvo el primer ataque de alucinación. En 1917 volvió a Yerzingá y encontró la ciudad destruida y desierta y la casa paterna totalmente en ruinas. Bajo esa impresión tuvo su segunda crisis fuerte, que le hice describir con todos los detalles. El acusado sufre un repentino debilitamiento y las fuerzas lo abandonan. Pierde el conocimiento, despierta en un estado totalmente laxo y al recobrarse siente una sed muy fuerte y la necesidad de un sueño permanente. Cuenta que después de recorrer los escombros de su casa saca el dinero que sus padres habían escondido allí. Con estos fondos viaja a Europa; pero antes de eso, en 1918, está en Tiflis y se interna en un hospital, pues sufre una aguda inflamación intestinal que posiblemente haya sido tifus. Yo no puedo afirmar que su enfermedad haya sido tifus porque el acusado está imposibilitado de describirlo de manera que pueda sacarse una conclusión categórica. Luego se dirige a Europa y en 1920 pasa por París, viene a Ginebra y de allí a Berlín. Aquí vive al principio en la casa de la Señora Stilbaum, en el N ° 51 de la calle Augsburger y luego, a comienzos de 1921, se muda a la calle Harttenberg N ° 37. Yo inspeccioné personalmente este domicilio para compenetrarme de las posibilidades de vigilar a Taleat: la habitación del acusado estaba en la planta baja y desde ella se podía ver el balcón de la casa habitada por Taleat Pashá.

Interrogué detalladamente al acusado para conocer la frecuencia de sus crisis patológicas y le hice describir, en la medida de lo posible, todos sus pormenores. Contó que las crisis ocurrían muy irregularmente, a veces se interrumpían durante meses, luego reaparecían a las pocas semanas. La crisis se inicia con el debilitamiento del enfermo y fuertes mareos. En París, en diez meses se ha enfermado cuatro veces; pero cada vez, considerando su estado, ha logrado colocarse en una posición segura, evitando ser atropellado en la calle por algún vehículo o sufrir algún otro contratiempo. Luego del debilitamiento sentía el olor de cadáveres y otros le han dicho que durante su inconciencia tenía temblores y sacudidas. El acusado sabe perfectamente por qué etapas pasan sus crisis; primero siente el olor, luego llega la crisis propiamente dicha con sacudidas y pérdida del conocimiento. La segunda fase consiste en dolores en sus miembros luego de recobrar el conocimiento y se siente cansado y agotado. En ese estado siente una fuerte sed para luego hundirse en profundo sueño. En París ha sufrido una crisis semejante, en Ginebra ninguna, en Berlín, muchas, una de ellas en la calle Jerusalemer. Esa crisis ha tenido lugar cerca de la estación del subterráneo y un empleado bancario lo ha llevado a su casa y sentado en las escaleras; la dueña de casa, Señora Stilbaum, lo ha tomado por borracho, notándole una herida en la mejilla, pero luego se ha sabido que no estaba borracho, pues no exhalaba aliento de alcohol. El acusado se ha acostado de inmediato y se ha quejado de fuertes deseos de vomitar. Consideré imprescindible recordar estos detalles, porque sobre su base fundamento mi opinión en el sentido de que la enfermedad del acusado es la alucinación. Además, su cuerpo es débil, ha sufrido congestión en las puntas de ambos pulmones y durante la revisación era evidente un fuerte estremecimiento en todo su cuerpo, a pesar de que la conversación se desarrollaba entre el intérprete y yo en forma muy tranquila y ni de mi parte ni de la suya surgió provocación alguna; estábamos únicamente nosotros tres en una pequeña habilitación y nadie nos molestaba. El acusado posee reflejos bastante fuertes, le faltan los reflejos que cierran las pupilas, el análisis de la orina arrojó fuerte proporción de albúmina. Son todas cosas que no ejercen ninguna influencia sobre la voluntad, pero dan derecho a concluir que el acusado está enfermo físicamente. El señor intérprete tuvo la gentileza de traducir al acusado con tanta exactitud los aspectos médicos de mis preguntas que yo no tengo la menor duda de haber podido seguir atentamente el desarrollo de sus estados anímicos. Cuando habla de la masacre, del desajuste de su desarrollo juvenil y de aquellas sacudidas espirituales que ha vivido, tengo la impresión de que todo eso, todo lo que dice, surge de lo más profundo de su corazón. Puedo afirmar que el acusado está sacudido espiritualmente en la forma más violenta, y que cuando se sumerge en el estado anímico melancólico que describieron sus dos dueños de casa y empieza a tocar la mandolina prefiriendo la oscuridad, eso ya es signo evidente de una perturbación psíquica. Esto, no sólo el recuerdo de hechos horribles y el asesinato del hermano, sino también la justa misericordia que siente el acusado para conmigo mismo, debe tomarse muy en cuenta si pretendemos dar un fallo justo. Su adolescencia, su fe en la humanidad y en la justicia general, han sido cruelmente dañados. De modo que, estoy profundamente convencido, el acusado sufre de una obsesión que se ha posesionado de su mundo emocional. Sin embargo, una gran fuerza de voluntad y una perseverancia poco común son características de la alucinación originada por motivaciones psíquicas. Una idea fija, el acariciar un proyecto, el minucioso desmenuzamiento de la idea hasta su ejecución, todo eso pertenece al cuadro clínico de esa enfermedad. Estos enfermos, desafiando todas las dificultades y cualesquiera sean las condiciones, ejecutan lo que se han propuesto. Así se explica que el acusado no se amilanó ante nada para encontrar al odiado enemigo y planeó la mejor forma de llevar a cabo su proyecto.

Dice el acusado que en sueños se le apareció la madre y que sus sueños siempre giraban en torno a temas similares. Una vez se le apareció la imagen de la madre, se detuvo delante de él y le dijo: “¿Cómo, todavía pretendes ser mi hijo...? ¡Taleat está en Berlín y tú no haces nada para matarlo y vengar mi muerte...!” Naturalmente, yo me pregunto: ¿No es esta una ilusión emocional? Pero luego de un detallado interrogatorio puedo establecer que lo vivido por el acusado no es una ilusión sino un cuadro vivo, una aparición que seguía viendo aún estando despierto, como comúnmente ocurre en la obsesión.

Notamos entonces que la enfermedad tiene una influencia innegable sobre el acusado. Sin embargo, para decir que estaba impedido en el libre ejercicio de su voluntad debería existir una relación inmediata entre el hecho y la enfermedad, y eso yo no lo puedo encontrar. Acepto que la enfermedad ha cambiado toda su personalidad, dándole firmeza y perseverancia para lograr la realización de su plan. En cuanto a la libre voluntad, no estuvo ausente, porque en el momento de matar el acusado no sufría crisis alguna. No niego que aquel día haya tomado coñac para inculcarse coraje, estando muy abatido e interiormente sumamente afligido. Cuando termina la vigilancia desde la habitación, empuña el arma y sale a la calle. Me describió con toda precisión que estaba absolutamente convencido de que aquel hombre era Taleat Pashá y le disparó por la espalda porque si se le adelantaba podía llamarle la atención, Taleat podía ver la pistola y eventualmente frustrar el atentado. Él lo mira atentamente y descerraja el tiro entre el sombrero y el sobretodo. En eso yo veo la concreción de una decisión premeditada desde mucho antes. Sobre esa base, considerando que en la mañana del atentado no hubo nada que tuviera estrecha vinculación con la alucinación. Y a pesar de que aquellas horrorosas vivencias que el acusado vivió en Armenia influyeron indudablemente sobre su acto, llego a la conclusión de que esa influencia no va tan lejos como para que por su causa no exista libre albedrío.

PRESIDENTE - ¿Acepta el acusado que aquellos cuadros que se le aparecían eran visiones muy vívidas?

ACUSADO – Me parecía ver los cadáveres...

PRESIDENTE - ¿Persiste en afirmar que en el momento de cometer el homicidio no actuó concientemente?

ACUSADO – Al ver a Taleat Pashá salir de la casa me vino a la mente lo que me dijo mi madre...

DEFENSOR VON GORDON - ¿Niega el acusado haber actuado con premeditación?

PRESIDENTE – Ruego al intérprete comunicar al acusado que el perito Störmer lo considera responsable de su acto. Se le traduce.

DEFENSOR VON GORDON - ¿Admitió el acusado haber tomado tanto coñac?

PERITO STÖRMER – Él no lo ha admitido. Sólo lo ha dicho la dueña de casa, la Señora Tiedmann.

UN JURADO – Quizás en su borrachera, al aparecérsele el terrible cuadro de sus vivencias, se haya producido una interrupción en su pensamiento, provocando un estado patológico.

PERITO STÖRMER – Yo también he pensado en ello. Naturalmente aquella mañana cuando se presentó la oportunidad de consumar el hecho, el acusado se encontraba bajo la influencia de una muy comprensible compulsión. Sin embargo eso no tuvo el carácter de una ilusión emocional desde el punto de vista psiquiátrico.

DEFENSOR WETAUER – Y si aquella mañana el acusado hubiese padecido una crisis emocional, ¿mantendría usted en ese caso su punto de vista?

PERITO STÖRMER – Lo intenté todo para contemplar esa posibilidad. Le pregunté si había dormido mal. Aquella noche el acusado había tenido abundante sudoración.

DEFENSOR WERTAUER – Mi pregunta no se refería a eso en absoluto. Si hubiese sido posible demostrar que aquella noche el acusado sufrió una crisis, ¿también en ese caso sería a su juicio responsable de su acto?

PERITO STÖRMER – Si hubiese sufrido un ataque de alucinación, naturalmente la voluntad estaría mas influenciada, pero seguiría existiendo el libre albedrío.

UN JURADO - ¿Sería posible que el acusado no se haya dado cuenta de una crisis padecida durante la noche?

PERITO STÖRMER – Claro, podría ser. Casos parecidos encontramos en los manicomios.

PRESIDENTE - ¿Entonces en casos de alucinación ese fenómeno no es totalmente imposible?

AYUDANTE LAKS - ¿Existe responsabilidad total en el lapso comprendido entre dos alucinaciones o existe en menor grado?

PERITO STÖRMER – Sí, en menor grado. Hace muchos años, cuando un jurado del Tribunal me formuló la misma pregunta, recurrí a la siguiente comparación: el acusado es un volcán, la crisis alucinante con todos sus atributos, es decir, sacudidas, ausencia total del conocimiento, llantos, gemidos, caídas a diestra y siniestra, es el estallido del volcán, y el lapso en que aparece únicamente el aspecto negativo de la alucinación, el abandono, la incesante persecución de una idea, es el intervalo entre los estallidos del volcán. Yo no podría hacer una comparación mejor.

AYUDANTE LAKS – En los momentos en que no hay crisis, ¿no se encuentra el alucinado en un estado forzado?

PERITO STÖRMER – Muy poco, los ataques provocan desajustes psicointelectuales en una quinta parte de los alucinados.

AYUDANTE LAKS - ¿Pero no dijo usted que en este caso existen sacudidas emotivas muy especiales y que junto con ellas el alma está también fuertemente influenciada?
PRESIDENTE – El Señor Perito ya lo aclaró, pero él no llega a ninguna conclusión relacionada con el 15 de marzo de 1921.

DEFENSOR WERTAUER – Lo específico para nosotros es la existencia de una alucinación emocional.

DEFENSOR NIEMEYER - ¿Nos puede aclarar el Señor Perito en qué estado anímico estaba el acusado en el momento del homicidio?
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[1] En nuestra fuente no se consigna la respuesta (N. del E.).