Perito Edmund Vorster

Médico jefe de la Clínica de Enfermedades Nerviosas de la Universidad de Berlín, representante del Profesor Dr. Borhofer, 42 años, protestante. Jura

PERITO VORSTER – Fundamentalmente puedo adherirme a las opiniones que dieron el Prof. Dr. Lipmann y el Prof. Dr. Kassirer, ambas autoridades en la especialidad. Me parece que existen sin embargo algunos puntos que necesitan aclaración. Oyendo todo lo que ha padecido el acusado, uno tiene la sensación de que es de por sí comprensible que matara a Taleat, a quien consideraba un asesino. Aquí surge el primer interrogante: ¿Haría lo mismo un hombre normal? No necesariamente, porque si un hombre normal llega a pensar en un caso semejante “mataré al asesino”, la ejecución de esa idea es un asunto completamente diferente. Otros armenios que vivieron los mismos horrores y quizás tuvieron la misma idea vengativa, no cometieron ese homicidio. Pero el homicidio, por sí mismo, no demuestra para nada la enfermedad del autor.
La segunda cuestión es: ¿Es imprescindible que cualquiera que viva semejantes horrores, se convierta en un débil mental? Tampoco es así. Quizás yo tenga una apreciación justa al respecto porque he trabajado durante toda la guerra en la zona de peligro. La experiencia demuestra que un hombre puede resistir increíblemente a muchos horrores sin llegar a enfermarse psíquicamente. Aunque parezca increíble, las estadísticas demuestran que no se incrementó el número de psicosomáticos como consecuencia de la guerra y es sólo entre hombres predispuestos a enfermedades mentales que han aparecido síntomas con mayor frecuencia.
Como el perito anterior, sostengo la tesis de que enfrentamos en la persona del acusado a un enfermo psíquico. Ya sólo con esto se hace posible que el acusado reaccione patológicamente ante terribles acontecimientos. Para mí también es indiscutible que nos encontramos, no frente a una real alucinación, sino frente a una alucinación emocional. Sobre la base de dos revisaciones que realicé y las descripciones de los testigos, llegué a la conclusión de que las crisis revelan únicamente una alucinación emotiva. El acusado no tenía esas crisis antes de sus vivencias emotivas. Ahora describe claramente cómo ve los cuadros de los horrores vividos y se le aparecen los cadáveres y siente su olor. Luego sucede la crisis, pero no va seguida del grito común ni de tensiones nerviosas características de la alucinación, sino sólo de llanto y fiebre mientras se produce el desvanecimiento. La estructura de estas crisis es la siguiente: lo que ha padecido en la realidad se presenta a sus ojos en forma tan viva que le produce la misma sensación que la realidad misma. El esquema es el de un hombre hambriento, le viene agua a la boca cuando piensa en un bife asado.

Pero no todo el que ha padecido tales horrores tiene crisis semejantes. Sólo alguien predispuesto patológicamente está sujeto a eso. Sólo individuos de espíritu enfermo sufren cambios mentales al enfrentar los “ideales supremos”. Como el Prof. Limpmann, sostengo la tesis de que, como consecuencia de los “ideales supremos”, se ha producido en el acusado un cambio de la personalidad en el sentido descripto por el genial psicólogo alemán Wernike. Ya no tiene acceso a su “derecho”, sus allegados están muertos. El acusado me decía que la vida ya no tiene valor para él. Le objeté que podía casarse, ocuparse de un trabajo. “¿Para qué me voy a cesar...?”, fue su respuesta. Él no quiere restablecer personalmente su derecho. No quiere vengarse, pero de nuevo aparece en su imaginación enfermiza la imposición, la exigencia de su madre. El acusado está nuevamente indeciso porque el acto es altamente desagradable para su temperamento. Vuelve a razonar: “No soy un asesino, pero me lo dijo mi madre y debo hacerlo...” Toda su personalidad ha cambiado.

Ahora se plantea la cuestión: ¿Corresponde aplicar al caso las disposiciones del Art. 51? Responder con un “Sí” o con un “No” resulta harto difícil. Todo fanático, todo hombre que obedece al impulso de un gran ideal, tiene algo del enfermo mental que padece la presión de un “ideal supremo”. Tiendo a trazar límites muy estrechos para el Art. 51 porque la ley exige categóricamente que el libre albedrío esté totalmente ausente.

En este caso es tan difícil establecer la influencia del “ideal supremo” sobre el acusado que me inclino a decir que el libre albedrío ha estado totalmente ausente. La pregunta: “¿Tiene dudas fundamentadas?” no encuadra bien. No tengo ninguna duda fundamentada en cuanto el cuadro clínico de la enfermedad, pero sí en cuanto a cómo puedo firmar mi veredicto médico, adecuándolo a la forma jurídica. Pero al fin y al cabo, esa no es mi tarea. Es más bien misión de los Jurados establecer la forma de adecuar mi diagnóstico médico a las normas jurídicas.

DEFENSOR VON GORDON - ¿Cree usted posible que el acusado tenga en el futuro nuevas crisis de alucinación?

PERITO VORSTER – No lo creo. Por lo menos no es posible predecirlo. Pero la experiencia nos enseña que los “ideales supremos” se desdibujan paulatinamente cuando el hombre penetra en un medio ambiente que no tiene ninguna relación con las motivaciones de los “ideales supremos”. Sin embargo, al aparecer de repente un viejo conocido que toque antiguos resortes, resurge el estado anterior.