Alegato del Defensor Adolf Von Gordon

DEFENSOR VON GORDON – Señores del jurado: el Señor Fiscal señaló que si ustedes declaran culpable al acusado Tehlirian y dan pie para que sea condenado a muerte, el daño no será grande porque el Presidente de la República seguramente lo indultará.

En este lugar y ahora, no es esta la manera de proceder para influir sobre vuestro ánimo. Si ustedes lo consideran culpable, Tehlirian será condenado a muerte y nadie puede saber qué decisión tomará el Presidente del Estado Alemán en lo referente al indulto. Aquí debe decidir el Derecho y no debe señalarse el camino del indulto.

Me congratulo saludando en la persona del Honorable Señor Fiscal en cierto modo a un colega, a un defensor, pero no un defensor de Tehlirian, sino de Taleat Pashá. Esto, lamentablemente, sobre la base de hechos que le han informado distintas personas. Yo, señores, no lo seguiré en ese camino. Rechazo tal proceder. Tengo a mi disposición todo un arsenal de telegramas, tengo un testigo sentado allí que dice: “Estos telegramas son auténticos, yo los he recibido...” Me referí a todo esto durante el proceso en una proposición que luego retiré, porque aquí lo fundamental no es eso: basta con que Tehlirian, como todos sus connacionales, esté convencido de que Taleat fue el autor de todos estos horrores. Y ustedes demostraron estar convencidos de ello. Esto es suficiente. Y si dentro del proceso hay un hecho objetivo más, ése es el testimonio de un hombre extraordinario, el Obispo Balakian, que afirmó: “Mi profesor y yo, que fuimos deportados, estuvimos con el gobernador de Changr. Le pedimos que hiciera algo por nosotros. Nos mostró un telegrama de Taleat, donde preguntaba: ‘¿Cuántos de los deportados ya han muerto y cuántos siguen todavía vivos?’”. Todos comprendimos lo que significaba. Este es el único hecho ocurrido durante el interrogatorio de los testigos, señalando a Taleat como el autor de esos horrores. Hemos renunciado a todos los testimonios restantes. Es suficiente con la clara e indiscutible realidad de que, en el lapso de algunos meses, 1.500.000 armenios fueron deportados y asesinados, y con el hecho de que las caravanas de estos infelices procedentes de distintas regiones fueron concentradas en los mismos centros sin que se tomara medida alguna para su seguridad. Les ruego que piensen: ¿Es posible todo eso sin una conducción superior sistematizada? ¿El gobierno turco era realmente tan impotente para tomar medidas contra el desastre?

¿Creen ustedes eso? Si lo creen, digan “Sí”. Yo no podría afirmarlo.

Ahora bien, quiero hacer una segunda y corta observación. Con un poco de sospecha y hasta con preocupación se refirió el Señor Fiscal a las explicaciones dadas por el acusado al día siguiente del hecho, 16 de marzo, acerca del momento en que tomó la decisión de llevar a cabo el atentado. Nosotros, señores, debemos tomar con reservas estas problemáticas explicaciones. Aquí, frente a ustedes está sentado el intérprete que fue citado para el primer interrogatorio del acusado. El traductor, exaltado, casi poseído, veía en el acusado a un gran hombre y consideraba que allí había tenido lugar algo muy importante. Y ustedes oyeron que en aquel momento Tehlirian se hallaba herido, afiebrado, apedreado, exhausto, bajo el impacto de su tremenda decisión y realización, de manera que contestaría con un “Sí” a todas las preguntas.

Contestaría: “Sí, sólo déjenme en paz, yo sé lo que he hecho y lo que he hecho está bien, no me fastidien mas...” Así lo afirma el traductor que dijo en alemán las palabras del acusado. El traductor declaró aquí rotundamente: “Si ustedes le hubiesen formulado al acusado preguntas contrarias, también hubiera respondido ‘S’”. Y en el momento de firmar el acta del interrogatorio, declaró: “No firmo porque no es fiel reflejo de la verdad y no está fundamentado...”

De modo tal que debemos tomar en cuenta únicamente las declaraciones lógicas emitidas aquí, como muy bien lo señaló el Señor Presidente en su momento.

Tehlirian nació en la aldea de Pakaridj y a los cuatro años se radicó en Yerzingá. Esta ciudad, una de las más grandes de Armenia, se encuentra de 150 a 200 kilómetros al oeste de Garín, sobre uno de los brazos del Éufrates. Allí existe un largo y gran valle que lleva al sur, hacia aquel desierto adonde posteriormente fueron deportados los armenios. Al llegar a Yerzingá, Tehlirian tenía cuatro años. Allí vivían alrededor de 20.000 armenios, quizás más, y unos 25.000 o 30.000 turcos. Sus padres pertenecían a la clase media. Su padre era un comerciante próspero. Con trabajo honesto, sus padres habían ahorrado cierta suma. Era una familia pacífica y numerosa que había sufrido algunas pérdidas a raíz de la guerra, pero todo estaba en orden cuando llegó el trágico junio de 1915. Vino de Constantinopla la lúgubre noticia de la deportación y su portavoz que anunciaba: “En el plazo de algunos días deben preparar las cosas que puedan llevar consigo. Serán deportados...” La deportación comenzó el 10 de junio. En primer término los ricos y acaudalados que poseían caballos y carros, era el primer contingente. Al segundo grupo pertenecía Tehlirian con toda su familia; él no está en condiciones de precisar a cuántos ascendía ese grupo. A esos dos grupos les siguieron muchos más. Afuera, en las puertas de la ciudad, se les unieron muchísimos armenios procedentes de las aldeas. Tehlirian no veía los dos extremos de la caravana, ya que avanzaba por el centro, junto a su hermana de quince años.

Creo que allí también estaban sus otras hermanas de 16 y de 26 años, esta última con su pequeño hijo. Estaban además otras hermanas de 22 y 24 años y su padre y madre, de 55 y 50 años respectivamente. Así avanzaba toda la familia con un carro de bueyes. No habían llegado muy lejos cuando fueron atacados. ¿Por quien? Por los gendarmes cuya catadura señaló aquí su Excelencia el Señor General Liman Von Sanders, y la turba formada por kurdos, turcos y otros, procedentes de todas partes. Ellos comenzaron exigiendo las armas de los armenios, les sacaron hasta los paraguas. Buscaron luego el dinero, oro y alimentos y maltrataron a las mujeres para satisfacer sus instintos bestiales. Las niñas, entre ellas las dos hermanas del acusado, fueron arrastradas por entre los arbustos y de allí llegaron a oídos de los padres y hermanos los desgarrantes gritos de las criaturas. Las muchachas no aparecieron nunca más. Cuando el acusado recuperó el conocimiento, pudo ver el cadáver de una de sus hermanas. ¿Y su hermano? La cabeza de su hermano de veintidós años –ese fue el más terrible impacto- estaba partida de un hachazo. Hasta hoy, en los momentos de sobreexcitación, el acusado ve ese horrendo cuadro. Su madre cae derribada ante sus ojos, posiblemente de un balazo. El resto de su familia desaparece para siempre a pesar de los esfuerzos del acusado, quien mediante avisos trató de encontrar sus huellas...

No vio más porque también él recibió un fuerte golpe en la nuca. La cicatriz puede ser constatada y ese golpe es lo único que recuerda. Queda inconsciente y cuando después de mucho tiempo se incorpora, rodeado de miles de cadáveres, nota que está herido en dos partes: una herida de bala en el brazo y otra de arma punzante en la rodilla. Existen cicatrices de estas heridas. En la semipenumbra pudo precisar el lugar en que se encontraba y trató de hallar los cadáveres de sus seres queridos. Nadie a su alrededor se había salvado de la matanza. El acusado se levantó con gran esfuerzo tratando de encontrar su salvación en la huida. Se dirigió hacia las montañas que le eran bien conocidas; una buena anciana kurda le dio albergue hasta que curaron sus heridas.

Luego continuó su camino hasta que por fin, tras andar casi un mes, llegó a territorio ruso. Fue arrestado, pero al poco tiempo lo pusieron en libertad. Recibió hospitalidad entre los armenios de la zona rusa. Ellos le facilitaron los medios para trasladarse a Persia, donde, al conseguir empleo en un comercio, aseguró su manutención.

Señores: esta horrible matanza es a tal punto increíble que al principio llegamos a dudar de que los Señores Jurados creyeran la versión del acusado. Y justamente hace unos días fue publicado un libelo sensacionalista con lenguaje callejero titulado “El secreto del asesinato de Taleat Pashá”. Advierto que aquí no existe secreto alguno porque el problema ya ha sido completamente aclarado. “El joven armenio, dice el libelo, encargado de matar a Taleat Pashá -se insinúa que detrás del hecho está la mano de alguna gran potencia- ha sido instrumento del bárbaro apasionamiento que caracteriza a su raza, sin tener conciencia ni darse cuenta de lo que hacía. Su emotiva historia sobre cómo los turcos arrastraron y llevaron a sus padres, tiene naturalmente el propósito de despertar la simpatía de los jueces”. Si el autor del libelo estuvo presente ayer en esta sala y oyó el informe testimonial de la Señora Tenzibashian, no nos cabe la menor duda de que se retiró sintiendo la necesidad imperiosa de retractarse de sus palabras.

Nosotros hubiésemos querido traer mayores pruebas en este sentido. Están presentes aquí dos hermanas de caridad alemanas que se hallaban entonces en Yerzingá, habiendo cursado informes a nuestra Cancillería sobre los hechos acaecidos. Renuncié a interrogarlas porque me bastaba con el testimonio de la Señora Terzibashian, que tres semanas después, viniendo de Garín, es decir del Oriente, se había unido a una gran caravana procedente de Yerzingá deportada por el valle de Kemah. Yo no quiero repetir aquí sus palabras a propósito de los horrendos hechos vividos. Ella vio los cadáveres de los armenios pertenecientes a las caravanas que le habían precedido. Vio cómo hombres y niños eran tirados al río. Todo eso es la prueba evidente de la veracidad de las declaraciones de Tehlirian. Por ese motivo señalo que lo dicho por Tehlirian es la verdad misma y no una “historia emotiva”.

En 1917 tuvo lugar el avance ruso. Ocupando Garín, los rusos penetraron hasta Yerzingá. Enterado de esto el acusado, que tenía un empleo en Persia, resolvió regresar a Yerzingá para ver si algunos de sus seres queridos estaban con vida y estudiar la situación existente. Llegó y encontró la casa paterna semidestruida. Todavía quedaba lo necesario para recordarle su infancia y todos sus seres queridos con quienes había vivido allí. Quedaba tanto como para reconocer su dulce y apacible hogar de antaño. Cuando vio su casa abandonada y renacieron en su memoria los horrendos cuadros de las matanzas, él, el acusado, el hombre nacido de una familia perfectamente sana, se desvaneció y cayó. Y allí tuvo lugar por primera vez uno de aquellos estados patológicos que a posteriori se repitieron con frecuencia, un penetrante olor de cadáveres que inundaba sus fosas nasales y laringe, escenas de las matanzas y luego cierta confusión espiritual junto con crisis nerviosas de tremenda intensidad.

¿Qué vio el acusado en Yerzingá? De los 20.000 armenios se habían salvado sólo tres familias por haber abrazado el islamismo y dos o tres habitantes más, en total veinte personas de las veinte mil. Estas son impresiones, señores, que un ser humano no puede olvidar durante toda su vida. Se acordó del dinero ganado con sudor y sacrificio que sus padres habían enterrado. Comenzó buscando sus antiguos bienes; faltaban muchas cosas, los valiosos muebles de su casa habían desaparecido. La suma, superior a las cuatro mil libras de oro, estaba intacta. Tomó el dinero para él o para cualquier miembro de su familia que pudiera encontrarse vivo, lo depositó en custodia en casa de un pariente residente en Serbia. Habíamos citado a este pariente como testigo, pero ya no tenemos necesidad de interrogarlo. Posteriormente Tehlirian permaneció todo un mes en Yerzingá para dirigirse luego a Tiflis, en la época en que los rusos retrocedieron nuevamente. Volvió a las actividades comerciales y fue allí que, en 1918, adquirió la pistola. Él había estado en Yerzingá en 1917, es decir dos años después de la masacre, y se quedó en Tiflis hasta 1919. Cuando cambia la situación en Turquía, viaja a Salónica y a Serbia en busca de un trabajo adecuado. Luego vuelve a Salónica y a principios de 1920 pasa a Constantinopla para aprender el francés, idioma que tiene especial importancia en Turquía.

Tehlirian lo habla en la medida en que es posible hacerlo en tan corto tiempo y lee fluidamente los periódicos. Al cabo de diez meses de estudio se dice a sí mismo: esta vida nómade o una actividad comercial casual no pueden satisfacerme, mejor será aprender mecánica para trabajar en Armenia y ser un ciudadano útil. El mejor lugar para hacerlo es Berlín. Quiere trasladarse directamente de París a Berlín, pero le dicen que es muy difícil obtener autorización desde París. Un anciano armenio, con quien se encuentra por casualidad, le aconseja: “La mejor manera de solucionar tu problema es viajar desde Ginebra. Tengo allí una casa, yo regresaré a Armenia, así que tú puedes hacerte cargo de ella y como residente ginebrino obtener del consulado alemán la visa para ingresar a Alemania. Tehlirian se traslada a Ginebra y efectivamente obtiene una visa con derecho a ocho días de permanencia en Alemania. Llega a Berlín y se le posterga el permiso de residencia en Alemania, tal como se lo habían asegurado en Ginebra. Tiene muchas direcciones, entre ellas la del Consulado armenio. Se le recomienda el hotel “Tiergarten”, donde se hospeda por algunas semanas. Visita a su compatriota Eftian, a quien conoce de París. El señor Eftian se encuentra entre nosotros en calidad de testigo. En casa de Eftian conoce a la hermana de éste, Señora Terzibashian, y a su esposo el Señor Terzibashian, comerciante de tabaco. Estos buscan una habitación para Tehlirian y le presentan a Apelian, que vive en la calle Augsburger.

Apelian ve con agrado que un compatriota suyo alquile una habitación en el mismo edificio donde vive y como Tehlirian no conoce el alemán, se pone a su disposición para cualquier eventualidad. La señora Stilbaum, propietaria de la casa de Apelian, le alquila a Tehlirian una habitación hasta el mes de mayo. Tehlirian se instala y vive como cualquier joven, tratando fundamentalmente de aprender el alemán y entablando paulatinamente conocimiento con varios armenios. Es pensativo y sufrido, lo que impulsa a sus dos amigos a infundirle alegría y darle la oportunidad de aprender el alemán. Los tres juntos empiezan a tomar clases de danza. Tehlirian no trataba de vincularse con mujeres sino que, ustedes ya lo oyeron, demostraba cierta timidez y conversaba con nobleza y sencillez con las damas, sólo para acelerar su dominio del alemán. Fuera de eso, durante sus horas libres cultivaba la música. Tocaba la mandolina y cantaba los nostálgicos cantos del infortunado pueblo armenio. En una palabra, no hay un solo indicio de que él persiga otro propósito que el de aprender el alemán para poder proseguir altos estudios. Su profesora ya fue interrogada aquí. Según su testimonio el acusado es un joven algo tímido, pero como estudiante es extraordinariamente aplicado. En los últimos tiempos, sin embargo, empezó a aflojar y no estaba ya en condiciones de recuperarse. El acusado recurrió a los servicios del especialista en enfermedades psíquicas Dr. Kassirer, porque sus crisis de alucinación habían comenzado a repetirse. Prosigue sus lecciones hasta el 26 de febrero y luego continúa solo, estudiando cada mañana con un libro alemán.

En síntesis, el objetivo perseguido por el acusado era llegar a cursar altos estudios. Es interesante el hecho de que, tal como lo afirmaron todos los testigos, Tehlirian es muy reservado en todo lo que se refiere a sus terribles vivencias. No se refería casi nunca a ellas con Apelian y Terzibashian. Las mencionaba ligeramente cuando era imprescindible, como en el caso del Prof. Kassirer. En una oportunidad le dijo a su profesora, al traducir la palabra “patria”: “Yo ya no tengo patria, todos mi parientes fueron asesinados...” Con quien más conversaba era con la única amiga que lo comprendía totalmente, la Señora de Terzibashian, que había padecido las mismas desventuras. Habrán notado ustedes cierta reserva en la actitud del acusado. Viendo un día en manos de Apelian el libro de Lepsius, lo tomó violentamente, exclamando: “¡Deja en paz las viejas heridas! ¡Salgamos...!”

Señores, no estamos en presencia de un hombre aferrado constantemente a esos hechos sino de un hombre que, por el contrario, trata de evadirse y hablar lo menos posible de ellos, con profunda conmoción interior.

Por ese entonces ocurre algo que de por sí es capaz de romper como un relámpago ese clima apacible. Es el encuentro con tres señores hablando en turco en la calle Hartenberg. Dos de ellos llaman “Pashá” al otro. Tehlirian concentra su atención en este hombre, lo mira más de cerca, lo compara con la fotografía que había visto y llega a la firme convicción de que se trata de Taleat Pashá. El acusado vio cómo uno de los acompañantes ingresó junto con Taleat en la casa número cuatro de la misma calle, mientras el otro saludaba respetuosamente y se alejaba, y llegó a la conclusión de que Taleat Pashá vivía allí. Eso ocurrió a mediados de enero del año en curso.

Es interesante señalar que Tehlirian no comenta este hecho con nadie, no quería emocionarse, no sentía la necesidad de referirse a estos hechos. Ese encuentro no lo llevó a la decisión de matar a Taleat, razón por la cual no hizo nada concreto. Pasó la vivencia, los hechos revividos se aquietaron en su interior y no surgió la idea de la venganza. Prosiguió su vida habitual hasta que cinco o seis semanas después vio en sus sueños una visión casi real. Allí estaba el cadáver de su madre que se levantó. Y el hijo le dijo: “¡Vi a Taleat...!” Y la madre respondió: “¡Tu viste a Taleat y no vengaste la muerte de tu madre, padre, hermanas y hermanos! ¡Tu ya no eres mi hijo...!” Es en este instante que Tehlirian razona convulsionado: “Yo debo actuar, quiero ser nuevamente el dijo de mi madre, ella no me rechazará cuando vaya a su lado, quiero estar nuevamente a su lado...” Tal como lo atestiguaron los médicos, ese sueño se apoderó de él y perduró aún despierto. Es sabido que para los orientales las visiones juegan un papel completamente diferente al de los occidentales, que tomamos estas cosas desde un ángulo meramente filosófico y médico. Recuerden las sagradas escrituras donde a cada paso se dice: “Y se le apareció un ángel en sueños...” Una visión semejante influyó sobre Tehlirian en forma decisiva.

A la mañana siguiente entra en acción sin decir siquiera una palabra a Apelian. Encuentra al presidente de la Unión de Estudiantes Armenios, que domina el alemán. Con él se dirige a la calle Harttenberg y completamente consciente, y no como describió el Señor Fiscal “como atraído por un imán”, alquila un alojamiento desde el cual podrá vigilar a Taleat. Se trata de una vivienda adecuada en el primer piso del número treinta y siete de la calle Harttenberg.

A esto hay que agregar otro factor, el de su enfermedad. Necesitaba una habitación amplia y soleada que tuviese electricidad y no gas. La casa mencionada reunía todas estas condiciones. El 3 de marzo, al día siguiente de su sueño, alquila su nueva vivienda, pero como no está desocupada todavía permanece en su domicilio anterior dos o tres días más, para trasladarse el sábado 5 de marzo. Así es que, luego de alquilar su nueva vivienda se encuentra con Apelian y le dice: “Oye, el sábado me mudo a mi nuevo domicilio”. Pierde el alquiler de un mes que ya había pagado en su alojamiento anterior. Hace este sacrificio para instalarse en su nueva vivienda. Piensa: “He decidido matar a Taleat, debo estar cerca de él”. Es ahora cuando quiere matar a Taleat. Pero difiero radicalmente del Señor Fiscal en lo siguiente: Ustedes oyeron cómo el Señor Presidente, ante una expresión del acusado, le dirigió dos veces la misma pregunta porque Tehlirian no comprendió la primera vez; respondió que una vez en su nuevo domicilio recordó su condición de cristiano –el antiguo cristianismo es patrimonio de los armenios-, recordó el mandamiento “no matarás”. Dijo Tehlirian: “Cuando me sentía mal y volvían aquellas horrendas visiones, en ese momento me decidía a matar a Taleat, pero cuando me recuperaba y era dueño de mis sentimientos, entonces veía claramente que no debía matar”. La explicación no es inverosímil. Los médicos afirmaron que “a este hombre no puede arrancársele nada”. Nosotros, los tres abogados Defensores, agregamos: lo que este hombre no puede decir con la conciencia tranquila, no lo dice. Es muy difícil penetrar en su alma, principalmente cuando se trata de cosas que podrían favorecerlo. Es decir que debemos creer todo lo que dice. Las circunstancias externas también favorecen a Tehlirian.

Durante el lapso transcurrido luego de su cambio de domicilio, abandona la idea de matar y no hace nada en ese sentido. Nunca preguntó al portero las horas de salida de Taleat. Tampoco averiguó si Taleat vivía allí. Tehlirian vivía y trabajaba normalmente, perfeccionaba el alemán, tocaba música, etc. Al sentirse debilitado por los medicamentos recetados por el Prof. Kassirer, interrumpe las lecciones particulares de su profesora y le telefonea expresándole su esperanza de reanudarlas en pocos días. Durante estos primeros días, resulta imposible notar manifestación alguna de su parte en contra de Taleat.

Llegamos así al 15 de marzo. La dueña de la casa atestiguó que aquella mañana el acusado agregó al té un poco más de coñac que lo habitual. El coñac fue comprado el día anterior, de modo que se debe tener en cuenta este hecho al juzgar su consumición. La sirvienta trajo la botella y se pudo comprobar que faltaba la cuarta o tercera parte y no un cuarto de litro.

La opinión emitida aquí por el perito Störmer en el sentido de que el acusado trató de darse valor bebiendo, es una total equivocación. Tomaba el coñac con el té por una indisposición estomacal y lo medía con un pequeño vaso antes de mezclarlo. Cuidaba su salud. El criterio de que a las nueve de aquella mañana el acusado trató de inculcarse coraje, no resiste al menor análisis. ¿Cómo podía saber que justamente aquel día Taleat aparecería en el balcón y luego saldría a la calle, si hacía diez días que no lo veía? ¿Cómo podía prever todo eso? No existe ninguna relación. Cerca de las once vio a Taleat en el balcón tomando sol. Él también abrió la ventana. Mientras iba y venía por la habitación haciendo traducciones de sus libros de texto, la sangre golpeaba en su cabeza al ver que allí, en el balcón, a ese individuo al parecer contento, que gozaba de los rayos solares. Abrió también la ventana sin tomar todavía la decisión de matarlo. Taleat dejó el balcón y el problema, por ese día, pareció concluido. Pero repentinamente, un cuarto de hora después, Taleat salió de la casa. Tehlirian estaba parado delante de la ventana y lo vio. De pronto revivieron en él los recuerdos de las matanzas, se acordó de sus padres, corrió hacia la valija, empuñó la pistola, se puso el sobretodo y el sombrero, se lanzó a la calle, alcanzó a Taleat y disparó. ¿Cómo ocurrió eso?

Que el acusado haya disparado por delante o por detrás no me interesa. Todo, según el criterio del Fiscal, habría sido premeditado. Señores, personalmente creo que en aquel momento una tempestad de sentimientos atravesó el alma de este hombre.

Después no tira, como dice el Señor Fiscal, la pistola, en actitud de alejar de sí toda sospecha, sino que la deja caer de la mano como diciendo “Ya he cumplido con mi deber”. Naturalmente trata de evitar a los transeúntes, pero es detenido de inmediato; cinco segundos después del hecho, el acusado repite: “Los alemanes no tienen nada que ver en esto, yo soy extranjero, él es extranjero...” No estoy en absoluto dispuesto a buscar alguna premeditación en todo esto.

Este es el hecho, señores, esta es la preparación del hecho, este es el hombre; y yo, por mi parte, me preparo para contestar jurídicamente la pregunta: ¿Cómo debe juzgarse este hecho? Quiero posponer por el momento la cuestión de si es responsable o no. Ya que la intención de matar está perfectamente clara, debo preguntarme si el hecho fue cometido con premeditación.

No se dice, como el Señor Fiscal señaló incorrectamente, “quien mata en forma premeditada...”. El Código se refiere a “si el homicida ha cometido el homicidio con premeditación...”, y la Corte Suprema del Estado –seguramente el Señor Presidente se referirá a la misma en su alocución final- en el tomo octavo de sus resoluciones señala en forma muy categórica una marcada diferencia entre el Código Penal actual y el anterior prusiano en lo referente a la decisión de cometer un crimen tomada con premeditación o no. Según el derecho antiguo, en los casos en que la decisión hubiese sido tomada catorce días antes y luego ejecutada, podía afirmarse sin lugar a dudas que el crimen fue cometido con premeditación. La Corte Suprema, contrariando las disposiciones de la antigua ley, considera decisivo el momento de cometer el crimen, no importa cuándo haya sido tomada la decisión. Es decir que debemos sopesar y aclarar si en el momento de la ejecución hubo premeditación o por el contrario, una tempestad de pasiones, sentimientos y visiones agitaban al acusado. No voy a responder a este interrogante. A mi criterio, la respuesta está implícita en la esencia misma del hecho. Yo sólo quiero señalar que la Corte Suprema del Estado ha aclarado con meridiana claridad (tomo 42, página 261) lo que es la premeditación y lo que es la emoción.

Señores, me veo obligado a suscitar aquí el problema de la premeditación a pesar de estar en contra de ella, porque nosotros, los Defensores, de todo corazón y con absoluta conciencia pediremos de ustedes dar una respuesta negativa al cargo de culpabilidad. Como ustedes saben –el Señor Presidente lo aclarará más adelante- la primera pregunta comienza con las palabras: “¿Es culpable el acusado…?” Al no formularse preguntas separadas referentes a la irresponsabilidad y estado emocional patológico, en la palabra “culpable” se incluye la respuesta a la pregunta de si se lo considera responsable o no en el momento del hecho.

Al respecto oímos ya los testimonios de una serie de peritos. Según la ley, el desequilibrio emocional produce ausencia de la libre voluntad. Con excepción del perito Dr. Störmer, que emitió su opinión con anterioridad en una declaración escrita, los restantes peritos que desarrollaron ante nosotros sus puntos de vista se acercaban por primera vez al problema y luchaban consigo mismo. El Dr. Störmer es uno de nuestros más experimentados médicos legistas, pero no es psicólogo, y ha llegado a la conclusión de que aquí estamos simplemente en presencia de una alucinación y sobre esta base ha levantado su tesis. La alucinación influye, dentro de ciertos límites, sobre la actividad psicológica.

El Dr. Störmer se pregunta si la alucinación es del tipo que influye sobre el alma hasta eliminar por completo la voluntad, y la respuesta es: altamente disminuida pero no excluida totalmente. El Señor Prof. Lipmann presentó otra tesis en el sentido de que la exaltación no es física, no proviene del sistema nervioso central ni del estado patológico de las reacciones individuales, sino que se trata de una fuerte impresión psicológica que ha motivado un estado parecido a la exaltación. En cierta medida, los acontecimientos vividos y la fuerte impresión de la casa paterna destruida enfermaron el cuerpo del acusado. Dice el Señor Prof. Lipmann que el acusado estaba posesionado por la idea, los recuerdos y todo lo que surgía de los mismos, la aparición de su madre y su recomendación. Dice Lipmann que el acusado, que se sentía mal cuando revivía los cuadros y el olor de los campos cubiertos de cadáveres, vivía bajo permanente presión, bajo una pesada imposición. Es un enfermo psíquico con la mínima capacidad de responsabilidad.

Sin embargo el veterano y prudente psicólogo concluye que no existe total ausencia de la libre voluntad. “Al menos yo no puedo llegar a esa conclusión” dice, pero agrega que “algo muy pequeño separa la situación de los límites de ausencia total de la voluntad”.

El Prof. Kassirer compartió en lo esencial ese criterio. Los restantes peritos también desecharon la tesis del Dr. Störmer en el sentido de que estamos en presencia de una alucinación y por intermedio de ella es posible influir sobre el alma. Todos ellos coincidieron en que lo espiritual, la emoción anímica, es lo primordial, y el Prof. Kassirer se refirió a “una obnubilación soñadora de la conciencia” y agregó que, como psicólogo, no se atrevería a decir nada más porque sería salir de su jurisdicción y entrar en la del Juez, en este caso particular, en la de los Jurados. Contestando a la pregunta de mi colega Wertauer, dijo, creo, textualmente lo siguiente: “Yo no le puedo dar una respuesta médica”, y agregó que “el estado del acusado en el momento del homicidio sólo se puede adivinar o suponer”.

Llega luego la generación joven (y eso no carece de interés psicológico) con el Señor Prof. Vorster, un muy importante psicólogo. En principio adhiere a los puntos de vista de los profesores Lipmann y Kassirer, pero luego, a pesar de su escepticismo por experiencias recogidas durante la guerra y de pertenecer al grupo de médicos que aceptan con mucha dificultad la aplicación del artículo 51, dice: “Aquí ha tenido su parte una grave enfermedad. Es difícil establecer si debe darse una respuesta afirmativa o negativa al problema del libre albedrío. Diría que el caso corresponde al espíritu del artículo 51 y estoy muy dispuesto a aceptarlo. Pero tengo una duda fundamentada”. Presten atención a esta última palabra. Ya nos referimos a ella.

Vino luego el Dr. Haage, especialista en enfermedades nerviosas, consultado por el acusado el 4 de febrero de 1921. Se adhirió en líneas generales a los conceptos de sus tres colegas predecesores pero terminó diciendo: “Voy más lejos. Estamos en presencia del acto de un individuo poseído por la emoción. El homicida ha actuado bajo la presión de visiones. Yo lo considero totalmente irresponsable”.

El Señor Fiscal reconoció que el cuadro presentado por los especialistas es absolutamente verídico. Como ven ustedes, la generación joven va un poco más lejos, mientras la generación experimentada procede con mayor prudencia. “Las dudas existen”, dicen ellos. “Es una tarea terriblemente difícil. Todos tememos decir más de los que permite nuestra responsabilidad de médicos, pero no queremos omitir nada”.

La responsabilidad recae entonces sobre ustedes y así debe ser.

Señores Jurados: considero que, por lo general, el especialista médico, como cualquier otro especialista, es solamente un ayudante del Juez. Él debe ayudarnos a dictar sentencia. Pero es el Juez quien tiene la última palabra. Otro Tribunal Superior, la Corte Militar del Estado, ha dictado dos resoluciones muy interesantes al respecto. En el tomo 14 de sus resoluciones dice concretamente: “En el caso del artículo 51 del Código Penal, la misión de los especialistas médicos termina con la presentación que hacen fundamentando su punto de vista acerca de la enfermedad psíquica. Pero no deciden ellos si a raíz de esa enfermedad el libre albedrío se desecha o, lo que significa lo mismo, el acusado no es responsable de su acto y no está sujeto a condena. La decisión al respecto es misión exclusiva del Juez”. Y en el tomo 17 establece: “El especialista médico debe examinar para determinar si en el momento del hecho el acusado estaba enfermo o no. Siendo el problema de la responsabilidad una cuestión jurídica, debe ser decidida por el Juez”.

Como ya hemos dicho, ustedes son libres de decidir y de ninguna manera la opinión de los especialistas puede presionarlos. La libertad de la voluntad humana es una de las cuestiones que ha sido objeto de mayor controversia, no sólo en filosofía sino también en teología. Nuestro Código Penal no acepta ninguna teoría, adopta el principio del libre albedrío tomado de la observación de la vida práctica y presume –debe hacerlo en beneficio del sistema- que el hombre adulto y mentalmente sano tiene la fuerza de voluntad suficiente para contener el impulso de cometer actos punibles de acuerdo con la ley.

Ahora vuelvo a un hecho para el cual solicité vuestra atención. El Prof. Vorster dijo: “En todo caso existe una duda fundamentada”. La Corte Suprema del Estado ha señalado en muchas resoluciones que el problema no se puede plantear en el sentido de si existe algo que impide el libre albedrío, sino que debe resolverse partiendo del lado opuesto, es decir, si este hombre es totalmente responsable. La mínima duda en cuanto a si en el momento del homicidio existió realmente libre albedrío, debe tener por consecuencia la inmediata absolución del acusado. De exigirse que la sentencia sea fundamentada, no es suficiente precisar que no hubo situaciones que hicieran dudoso el libre albedrío, sino que, a la inversa, debe demostrarse que el hombre es responsable.

Una resolución de la Corte Suprema dice textualmente que “falta el libre albedrío cuando, como consecuencia de desajustes patológicos, ciertas visiones o sensaciones o influencias extrañas dominan en un grado tan fuerte sobre la voluntad, que sus decisiones no pueden ser objeto de una exacta apreciación desde el punto de vista lógico. Es decir, sólo se puede responsabilizar, cuando su ‘Yo’ en su totalidad es responsable de la decisión de realizar ese hecho. Además si el ‘ideal supremo’ es el factor dominante y único que determina la realización del hecho y todos los demás factores permanecen en la sombra, ya no es todo el ‘Yo’ sino una parte enferma del mismo la que lo ejecuta”.

De acuerdo con este criterio, yo pregunto si pueden ustedes asegurar que el acusado, en el momento que vio a Taleat Pashá salir de la casa, en ese mismo instante, se decidió, tomó la pistola de la valija, se lanzó a la calle y lo atacó; pueden ustedes afirmar que en aquel mismo instante él estaba en perfectas condiciones de reunir todas sus fuerzas morales para tomar una decisión, y que no fueron su madre asesinada, sus escalofriantes visiones, los recuerdos de su pueblo martirizado y otras cosas por el estilo las que pasaron por su cabeza y le pusieron el arma en la mano. Yo considero imposible afirmar lo contrario. Los médicos los dejan solos en una situación difícil. Les dejan la responsabilidad, y dos de ellos dicen: “No, no puede asegurarse que el acusado sea responsable”.

Creo que lo que acabo de decir es suficiente para que ustedes salgan fácilmente de este problema tan difícil. Yo sé que cabe decir: “Pero es doloroso y lamentable que alguien que ha sido acogido en tierra alemana sea asesinado”. En los tiempos que corren, cuando se lucha en todas partes, cuando aún hoy prosiguen los combates entre turcos y armenios y corre sangre por doquier –el mismo Señor Fiscal lo ha señalado ya–, en estas condiciones es fácil admitir una cosa semejante. Todos debemos pensar que al mar de sangre de por lo menos un millón y medio de armenios, niños, mujeres, ancianos y hombres viriles y valientes que hizo correr el gobierno de Taleat, se agregó en la calle Harttenberg una gota de la suya, y debemos admitir el hecho de que nos toca vivir una época tremenda.

Está muy lejos de mi ánimo emitir aquí un juicio con respecto a Taleat hombre. Lo que podía decirse objetivamente, lo dije al comenzar. Pero quiero agregar algo más. Es evidente que tanto él como sus camaradas querían aniquilar al pueblo armenio para crear un gran estado puramente turco. Es evidente que para conseguirlo recurrió a métodos que para nosotros, los europeos, resultan inadmisibles. Pero se comete una injusticia al decir que semejantes horrores son concebibles en el Asia Menor puesto que la vida humana tiene allí poco valor. ¿No viven acaso en esa misma Asia representantes de otras concepciones, en primer término los budistas, que cuidan con especial cariño al hombre y hasta al animal? Yo no quiero, con criterio amplio, responsabilizar personalmente al hombre que yace bajo tierra. A él también le corresponde lo dicho por dos emigrantes franceses, Gustave Le Bon y Henri Barbusse, refiriéndose a los horrendos hechos de la guerra mundial: “Detrás de los actores individualmente tomados están los espíritus y fantasmas que los dirigen, ellos son meros instrumentos al servicio de ideales justos o injustos, impulsos colectivos que mueven a los hombres hacia uno u otro lado como peones de ajedrez. Estos actores creen tener voluntad, pero en realidad actúan bajo presión”. Por más terrible que sea lo ocurrido en este caso, no debemos ser tan simples como para atribuirlo todo a un individuo desgraciado. Nos ha sido deparado un terrible destino y una pequeñísima parte de ese destino es el hecho de la calle Harttenberg. Sería lamentable que un Tribunal alemán uniese a ese destino una lesión a la justicia que debe hacérsele a este hombre sometido a pruebas terriblemente duras.

Yo espero, Señores Jurados, que este concepto quede profundamente grabado en vuestros corazones, a fin de dictar la inconmensurablemente difícil sentencia que sólo pesará sobre vuestra conciencia.